Mi padre contaba la anécdota de un pueblo en el que a sus pobladores les llamaban “Los suficiente” por la costumbre que tenían para comer, de hervir agua y sobre la olla, tener colgado un hueso de carnero, que bajaban e introducían en el agua que hervía, hasta que el jefe de familia decía: “¡suficiente!”. Entonces se levantaba el hueso y se servía la “sopa” que no era otra cosa que agua con un cierto sabor. Nunca supe si es porque eran muy pobres o muy amarretes…
El cuento viene al caso, porque muchas veces, sin necesidad de decirlo, solo damos un poco de sabor a algo que ni alimenta ni es nada… Nuestro trabajo no satisface a nadie y sin embargo lo presentamos como valioso. No solo creemos engañar a todos, sino que los únicos engañados somos nosotros mismos.
Nunca podremos decir “suficiente” cuando se trata de ofrecer lo mejor de nosotros. No podemos retacear el trabajo ni ser amarretes con él, midiendo cuanto nos darán por lo que damos.
La publicidad necesita que el publicitario se entregue enteramente y que no escatime, porque de otra manera el resultado será pobre, cuando no nulo.
¿Qué es lo que preferimos? Pensemos un poco ante de aceptar un trabajo. Pensemos siempre que “suficiente”, es muy poco.
Manolo Echegaray
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