Hay personas que eligen ser pobres en palabras.
Tienen la culpa de poseer un léxico limitado, repetitivo e insuficiente a todas luces.
Tienen la culpa, no les importa y caminan –mejor dicho se arrastran- por la vida haciendo gala de algo que debería causar vergüenza.
Las palabras son muchas y están en todas partes; las palabras, el lenguaje son la mejor prueba de la inteligencia humana y sin embargo hay quienes hacen alarde de no haber leído nunca nada.
Las palabras, esas con las que el redactor publicitario construye.
Palabras que nos diferencian de los demás animales. Palabras que son capaces de crear mundos.
Palabras que pueden hacer la diferencia.
Palabras que comunican y motivan.
Ser pobre en palabras es andar a pie y sin zapatos por una autopista hecha para automóviles veloces.
Ser pobre en palabras es no poder decir lo que se quiere y tratar que los demás entiendan.
Ser pobre en palabras es verdaderamente ser pobre y no tener recursos.
Lo peor que le puede pasar a un redactor publicitario es ser pobre en palabras. Es como ir a la guerra en calzoncillos, como cazar elefantes con matamoscas. Será tan inútil como el cenicero en una moto.
Las palabras, repito, están por todas partes: ¡Leamos, que leer no hace daño! ¡Leamos, que los libros están llenos de palabras! ¡Leamos, que los libros no matan!
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