Siempre han existido los especialistas: aquellos que son expertos en algo; que no solo lo hacen bien, sino muy bien.
Digamos que son la “elite” de algo. Hay desde especialistas en el corazón, hasta tiradores especialistas o francotiradores (que se les llama “snipers”). Los problemas empiezan cuando el supuesto especialista es un ignorante en cosas que debiera saber y que atañen a aquello donde su especialidad se desarrolla. Esos son eso: ignorantes. Unos reduccionistas ignorantes que creen que “su mundo” es solo lo que saben y son como si un mecánico únicamente supiera de apretar tornillos.
El ser especialista en algo, no supone no conocer el todo.
Los títulos, muchas veces sirven no para indicar en qué se sabe más, sino como una excusa para ser ignorante.
Muchas veces escuchamos a un profesional de la publicidad decir: “no me pregunten de eso, porque no es mi campo”, cuando que se supone que tiene que conocer el marco, el tema, el asunto, lo suficiente como para emitir una opinión.
Es cierto que hay ciertas especialidades muy puntuales, pero para llegar a ellas y ser especialista, es necesario conocer el todo.
En publicidad, el conocimiento tiene que ser general. Sí, claro, hay especialidades pero hay que saber de comunicaciones y dentro de ellas, de publicidad. Esta tiene múltiples divisiones, pero el publicitario que se precie de serlo, necesitará conocerlas a todas; saber por lo menos de su existencia, funcionamiento e implicaciones. El publicista que dice “no sé” de algo que DEBÍA saber de su profesión, está demás. Es como si un médico cardiólogo no supiera como curar un grano en la cara.
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