Hace mucho tiempo, un día cualquiera de entre semana, mis alumnos de la clase de Creatividad en el IPP llegaron con sus mejores galas. Ellas vestidas como para una fiesta y ellos enternados y con corbata. Como me pareció raro, pregunté. Tenían una presentación en otra clase y el profesor o profesora del curso les había pedido que vinieran así. “Dice que es para que nos acostumbremos a la realidad” me explicaron.
Algunos estaban visiblemente incómodos y otros con zapatillas, comentaban que se las iban a cambiar por zapatos “formales” para la famosa presentación.
Les pedí que se quitaran las corbatas y se pusieran cómodos, sin sacos si querían y que no se preocuparan por las zapatillas porque no pensaban con los pies. No dije más, pero pensé que cada uno tiene sus cosas y si para alguno el hábito hace al monje, allá él o allá ella.
Personalmente nunca he creído que un saco, una corbata o un trajecito “sastre” hagan otra cosa que vestir, a veces disfrazar, una persona real. Es cierto que en publicidad se valora la apariencia del o la publicista, pero no se trata de figurines, sino de profesionales. Gente que ante todo respeta a la demás gente y no se le ocurriría ir haraposo o con bermudas, lleno de “pukas” y en sandalias playeras, con un polo viejo y desteñido o anteojos de sol para una presentación. No se me ocurriría ni decirlo, porque sé que los alumnos son profesionales en ciernes, que tal vez necesiten algún “tip”, pero no recomendaciones que parezcan querer uniformarlos.
Lo verdaderamente importante está en sus mentes y si estas están en cuerpos bien presentados, vestidos con cordura, mucho mejor. Un disfraz estrafalario no hace a un creativo ni el terno y la corbata o un vestidito “sastre” a un ejecutivo de cuentas. Vestir bien, sí, pero naturalmente. Las imposturas no solo se notan sino que a veces son ridículas.
Manolo Echegaray.
6.1.2015.
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