Cada vez resulta peor, tanto que parece formar parte de una desagradable idiosincrasia nacional. No hay una idea cabal de lo que significa la puntualidad.
No hay más una “hora exacta” ni una “fecha final definitiva”. Todo es un “más o menos” o un “alrededor de”.
Existe el temor a la demora, la presunción del no cumplimiento; por eso no queremos que exista un compromiso, que es absolutamente necesario para que todo marche bien.
En publicidad, si el redactor no tiene el texto a tiempo, el director de arte tendrá que correr y todos los demás hacer lo mismo para alcanzar a llegar a la fecha. Como es una cadena, en realidad, el retraso de algún eslabón, no solo retrasa el avance, sino que pone en peligro el todo.
“¡Espérame un ratito!”, “¡Ahorita está listo!”… Parece que con los diminutivos restáramos importancia a la puntualidad. El “Día de la Madre” ocurre en una fecha y no otra; el 25 de diciembre es Navidad y no el 14 o el 30. De nada servirá lo que hagamos fuera de fecha para esas fechas: estará… ¡fuera de fecha!
Tenemos que cumplir con los tiempos y recordar siempre que “La hora es la hora y no antes ni después de la hora” de otro modo causaremos una catástrofe.
Manolo Echegaray.
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