Así les decían a esas personas que siempre andaban con un libro debajo del brazo y que muchas veces era el mismo, que se había convertido en una especie de accesorio del vestir, nunca era leído, pero decía a quien lo viera, que su portador era culto.
Muy poca gente pone o lleva el apodo, pero la falta de lectura se agudiza y la fanfarronería posera también.
No se lee y se piensa que los libros son un estorbo pesado o que quienes tienen dinero los pueden comprar por metros para “vestir” bibliotecas que no se usan, pero eso sí, con los lomos de colores que combinen, por favor.
Los libros que para muchos son anacrónicos al lado de una tablet, vienen popularizando el saber desde que Gutenberg hizo que los escritos pudieran reproducirse de modo mecánico.
Es verdad que una computadora ofrece al instante los datos necesarios requeridos, pero si deseamos profundizar en un tema, más allá de informarnos simplemente, es mucho mejor recurrir a los libros.
Digo esto porque hay una especie de alergia a ellos, como si contagiasen alguna enfermedad, cuando en verdad, no usarlos, sí provoca ese espantoso mal que se llama ignorancia. No creamos que Wikipedia o El Rincón del Vago, lo solucionan todo.
La computadora es una maravillosa herramienta para el conocimiento, la diversión y la comunicación, pero un libro contiene una parte digerible del universo y su lectura atenta nos hace más humanos.
Cuando cogemos cualquier libro, estamos tocando un pedazo de historia, porque para que llegara a esa forma y a nuestras manos, pasaron muchos siglos.
No entiendo entonces el porqué de la tirria. De pronto es por miedo al conocimiento o por eso tan común hoy en día: por flojera. Un buen libro es como un buen amigo y los amigos no necesitan pilas ni tienen que enchufarse.
Manolo Echegaray.
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